Cuando llegué a Búzios me retumbaba en la cabeza un pedazo de un poema de António Gonçalvez:
“¿Cómo no poder amarte? (…) secretos que se susurran en voz alta. Acuario de Buzios voladores. Raíz, hoja, árbol invisible”.
No sé a qué le debe su nombre Búzios, Antonio se refería en ese poema a una especie de caracol comestible. Supongo que el nombre de Búzios, por estar rodeado de mar tiene que ver con eso.
Búzios es una península que queda a unos dos horas y media de Río de Janeiro, hay que atravesar toda la ciudad, y si quieres ir un día por vuelta tienes que levantarte temprano. El chófer nos contaba en el camino que el turismo se explotó en Búzios en los años 60 cuando Brigitte Bardot decidió pasar unos días ahí. Desde entonces va muchísima gente y hasta le hicieron una estatua a Brigitte en el pueblo. Muchas veces esta municipalidad es comparada con Saint Tropez, una comuna francesa que es considerada uno de los centros turísticos más importantes de la Costa Azul.

Búzios me pareció de ensueño. No me parece un pueblo de verdad. Como que lo dibujaron. LLegamos a playa João Fernandes, una de las más populares de 26 playas que tiene la localidad. El agua es helada, pero apacible porque con tanta tranquilidad puedes nadar lo más que puedas y mantenerte activo dentro del mar para que se te quite el frío. La playa está rodeada de restaurantes, lugares para masajes y tienditas. Te puedes buscar un guarda lluvia, unas sillas de playa y plantarte ahí todo el día ¿Se necesita más?. Te llevan los tragos a tu puesto, la comida, los petiscos y todo lo que necesites. Escogimos un restaurancito que teníamos cerca. Es obligado comer pescado, lo preparan mundial. La atención a veces fue un poco lenta, pero ¿Quién anda de prisa en la playa?. También, puedes alquilar una tabla y remar hasta mar adentro o montarte en un disco que es arrastrado por una lancha.

Por la tarde nos acercamos al centro del pueblo. Es pequeño, pero lo tiene todo. Su calle más popular es Rua das Pedras. En cuatro cuadras se concentran restaurantes, bares y tiendas. ¡Es fantástico! y si te gusta gastar, es el lugar perfecto, aunque los precios son un poco altos. Caminamos todo, nos provocó quedarnos, pero el carro ya nos estaba esperando.


Para aprovechar más el pueblo lo ideal es quedarse un fin de semana. Búzios te intenta a dejar todo y ponerte a vivir en la orilla del mar vendiendo cueritos. La identidad de sus calles, la identidad de sus playas, te hace comprender que pretender que tenemos más que un ahora, es un hecho bastante extravagante y absurdo.
me encanto tu reflexion sobre la ciudad!
Gracias por leerlo Alquimia 😉